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martes, 13 de agosto de 2013

Mis boxers empequeñecen mi ego y mi pipí

En El Palacio del Blumer (Palacio, Imperio, Reino, Taj Majal o cualquiera de esas tiendas donde venden boxers y Reduce Fat Fast) los boxers salen demasiado costosos -o es que yo soy un maldito pichirre- y es difícil conseguir unos que NO SEAN estampados en animal print con fucsia.

Resumiendo y sin tanta mariquera: la cosa es que decidí recurrir al sitio de todo pichirre y miserable: Comprar en MercadoLibre. Me compré -al mayor, claro- unos muy supuestos y sensuales ORIGINALES boxers "Calvin Klein".

Resulta ser que, mis "muy baratos boxers", costaron mucho menos que los mismos "muy de calidad boxers" que había comprado cierto familiar. Cierto familiar los compró en una muy prestigiosa tienda Calvin Klein en la muy chic Margarita. En esa en la que te condonan impuestos por tener dinero y consumir mucho y en la que te crees muy más que el otro por comprar Toblerone y whisky con una raya roja.

Y comenzó esa discusión, tan adorable, tan idiota, pero tan trascendental:

-Tus boxers son chimbos, son piratas, costaron muy poco.
+Pero yo los veo bonitos, los veo igual de resistentes y cómodos que los tuyos.
-Pero no son originales, ¿En qué empaque vinieron? "¿Hecho en China?" JAJAJAJAJAJAJAJA.
+No, fueron hechos en Israel, igual que los tuyos.
-Ah mira, le pusieron esmero al imitarlos.

Y yo, sin justificación alguna, caí en la discusión. Le dí la razón.

No discutíamos sobre el ahorro, no discutíamos sobre el material del boxer, no discutíamos sobre el material de la liga, ni sobre su diseño, ni sobre su duración, ni sobre su lugar de fabricación... Discutíamos sobre su costo. No su calidad, no sobre su comodidad, no sobre su diseño, NO. Discutíamos sobre su costo. Su costo determinaba su calidad, su originalidad, el prestigio del que lo usaba y quizá el tamaño de su pene y hasta el líbido de la pareja.

Su costo determinaba su ego. Su costo determinaba lo que podía pagar. Su costo determinaba quién era y a quién podía engañar. Su costo le daba seguridad. Su costo le daba sonrisas. Su costo le daba felicidad.

No importaba nada más, sino el costo que podía demostrar que había podido pagar por ello.

No importaba nada más, sino el "mira, esto cuesta bastante y yo lo pude pagar: Mira, yo soy bastante".

Y yo, con mis boxers piratas, cómodos, pero piratas al fin, sentí cómo mi ego se empequeñecía y también mi pipí.


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