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domingo, 4 de agosto de 2013

Su primer día haciendo revolución

Se despertó asustada, angustiada, desesperada, buscando su celular o algún reloj que le pudiera decir la hora. Estaba a tiempo. La verdad es que despertó primero que el sol. Fue al baño, intentó cagar pero no pudo; su intestino aún no se acostumbraba a cagar a esa hora. Se echó un baño de agua fría, se vistió, perfumó y, aunque bostezaba cada 5 minutos, salió a la calle. Hoy es el primer día en su nuevo trabajo.

¿Qué peor manera de empezar en tu nuevo trabajo que llegar tarde el primer día? Juliana llegó con 15 minutos de retraso y con la blusa empapada de sudor. Tuvo que caminar 6 cuadras a la velocidad de la luz. Los bostezos que había sufrido anteriormente eran la advertencia de que se iba a quedar dormida en el autobús.

En la oficina todos la esperaban, pues era costumbre que "la nueva" hiciera el café en su primer día. Así que Juliana, quien no bebe café, fue a cumplir con el ritual laboral e hizo el café. Le quedó serrero. Pero bueno, así me gusta a mí, no sé a los compañeros de Juliana.

A Juliana le dieron una gran chaquetota, un lapicero y una taza; todo con el logo de la institución para la cual ahora trabaja. Así que Juliana, la que no toma café, ese día comenzó a tomar café para estrenar su taza.

Fue a su cubículo, se sentó en su silla, frente a su computador y puso su taza en el escritorio. Había traído ciertas cosas consigo para hacer más feliz su primer día: Colocó en su escritorio un portaretratos con una foto de ella y su familia; Colocó una virgencita de La Rosa Mística en miniatura; Pegó un papelito en el monitor que decía "Recuerda agradecerle a Luis por el trabajo".

Así pasó su mañana. Decorando su pequeño espacio de trabajo y haciendo una que otra tarea frente al computador. Al mediodía, a la hora del almuerzo, va hasta el microondas que hay en su departamento para calentar su potecito Tupperware que contiene el exquisito menú del día: arroz, pollo guisado y tajadas. Todo preparado el día anterior. Olvidó los cubiertos, pero no importa, allí, en su sitio de trabajo, tienen diminutos cubiertos desechables para la comodidad del trabajador.

Luego, sale a la calle con par de compañeros de trabajo a "fumarse un cigarrito para hacer la digestión" y de paso echar una habladita, entrar en confianza, romper el hielo. Le informan que se aproxima el intercambio de regalos, que tiene que regalar algo entre 500 y 700 Bs. Que pusieron ese rango de precios para "no exigirle tanto a las personas". Ella, obviamente, sonríe y asiente con la cabeza. También le informan que debe invitar a todos los de su departamento a almorzar el viernes siguiente al pago de su primer salario. Es costumbre en esta y todas las instituciones. Ella, sonriente, vuelve a asentir.

Regresan a la oficina y hablan sobre la "hora del burro", sobre lo fastidiosa que es esa hora, sobre lo ladilla del trabajo, sobre lo mucho que está enfriando el aire acondicionado, sobre quién hace el café para la tarde, sobre el juego de béisbol o fútbol del fin de semana y sobre un supuesto bono "que viene por ahí".

Después de 1 hora sin hacer nada, vuelven a sus labores frente a los computadores. Así hasta 30 minutos antes de la hora de salida, que vuelven a su conversación que dejaron pendiente en la hora del burro.

Y llegó el final del día. Chaqueta para el frío, taza para el café, fotito de seres queridos en el escritorio, una virgencita, preparar café, fumar en la hora libre, comer recalentado, comprometerse a gastar dinero en el intercambio de regalos y en el almuerzo porque forman parte de esos rituales sociales del entorno de trabajo y debes cumplir. Sí, había sido un buen día de trabajo para Juliana. Cumplió con todos los clichés. Se fue feliz del ministerio a su casa.

Y al llegar a su casa dijo: "Ah, qué chévere es hacer la revolución".

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